Publicado en Facebook el 16 de agosto del 2020
Ya pasó el aniversario de su fallecimiento y creí que faltaba poco para recordarlo. Fue un error cronológico propio de los «golpes» diarios que acomoda el padre «Chronos». Aprovecho que hoy domingo es un buen día para reproducir este mensaje de despedida que escribí para el «Chino» y lo publique hace dos años más dos meses en el muro Lubdup de Facebook.
ADIOS A HÉCTOR
Por Alfonso BLANCO CARBAJAL
Lo leí al medio día y creí que era una broma. No me agradó nada porque pensé que se trataba de una vacilada que le hacían al «Chino».
Consulté más muros. Mi desagrado se transformó en sorpresa y estoy abatido porque en verdad se fue mi amigo Héctor.
Convivimos muchas veces en el 2018, cuando estuve en Durango, pero nos conocimos desde 1974 en la Cruz Roja, hace 46 años.
Ahí nos reuníamos casi a diario en tertulias con la doctora Lidia Ayala Luna, quien después sería su esposa; la madre Amalia, del grupo de religiosas que atendían a los heridos y enfermos que acudían a solicitar atención o eran llevados a recibir primeros auxilios, y algunos «socorristas» que fueron capacitados y entrenados por la doctora Ayala Luna para rescatar y preparar el traslado de pacientes. Ella fue la formadora del grupo de paramédicos, socorristas especializados en el cuidado y transporte para evitar que por alguna lesión mal tratada o descuidada en el cuello, los «socorridos» quedaran inválidos para toda su vida.
Héctor Loom Juárez también aprendió a manejar a los pacientes rescatados en accidentes. Era oficial de Tránsito y paramédico, egresado del área de capacitación que dirigía la doctora Ayala.
No le agrego dones al que ya se fue, pero es insuficiente lo que digo para describir al que era mi amigo y desearle que Dios lo llame a contemplar la luz de su rostro. No tengo vocablos bellos para hablar del «Chino» como me gustaría hacerlo, ni encuentro las palabras apropiadas para decirle a Lidia y a sus hijos que siento mucho la partida de ese amigo que ya no está con nosotros. También a mi me duele su viaje sin retorno porque ya no volveremos a vernos. Se fue mi amigo el «Chino». Él me decía «hermano», y yo disfrutaba esa hermandad.
Varias veces le dije que solo él era mi amigo. Insistía y me preguntaba por qué lo consideraba su amigo si él no era periodista, que lo cuestionaban y se burlaban porque decían que escribía con muchos errores ortográficos y su redacción era propia de burlesque. No se dieron cuenta, pero sus textos eso contenían, burla y sátira de los errores y tropiezos que marcaba en políticos y funcionarios que por voluntad propia o por error tropiezan.
Héctor incursionó en la presentación satírica de la información sin caer en el escarnio, y aunque se consideraba profano en el manejo periodístico, dedicó los últimos años de su vida a abrirse camino en una profesión que no escogió por vocación, como el mismo decía, pero disfrutaba porque señalaba excesos y exhibía con criticas de diversos calibres a los que «clavan gacho las uñas».
Por lucirse y para ridiculizarlo, muchos hacían alarde de ser periodistas, pero les falta mostrar agallas, y me incluyo en esa falta de valor, para escribir con el producto de gallina que escribía Loom con el estilo de su creación.
Platicaba conmigo y le expliqué varias veces que yo no tomaba en cuenta esas críticas, porque muchos de los que hablan ni periodistas son. No basta con creer que son si no demuestran lo contrario.
Piensan que viven inmersos en esa profesión, unos porque se consideran auténticos y otros porque se identifican como egresados de escuelas que no les corrigió ni la ortografía, pero unos y otros se daban el lujo de tratar de destrozar a Loom por sus imperfecciones. No lo lograron y no lo tumbaron.
Con su forma irreverente, ese pirata del periodismo se desenvolvió bien como comunicador. Sobrevivió los embates de tantos perfectos que no encuentran el rumbo con sus escritos. Con vocación o sin vocación, Héctor Loom Juárez logró ser buen periodista, y sin «medirle el agua a los camotes» subió más alto que muchos que presumen haber nacido en las cunas del periodismo.
En una de las pláticas que sostuvimos acerca de los comentarios corrosivos que hacían contra Héctor, le expliqué que no importaba que el periodismo consistiera en recoger o cazar la noticia, elaborarla y difundirla entre el público a través de la prensa, la radio o la televisión. No importa porque muchos se creen periodistas y confunden el periodismo con la alabanza, el elogio y el lustre de botas con la lengua, que deja sin empleo a los que se dedican a limpiar calzado.
Sigue tu camino. Sigue como vas y que te valgan madre todos esos comentarios, le sugerí a Héctor.
Le recordé la frase aquella de Sancho a su amo don Quijote, y le dije que por escozor, ardor, rabia o dolor, «los perros siempre van a ladrar».
Creo que algo le lastimaban los comentarios porque me pidió que le diera mi opinión personal.
-«Dime la verdad aunque me duela cabrón. Necesito escucharla de ti porque nunca me has dicho nada.
Te veo como lo que eres Héctor. Eres periodista porque ejerces el periodismo sin ser periodista de presunción, y lo vives sin practicar el alarde del periodismo en la corrupción.
Cuando nos encontrábamos en Durango, donde nos conocimos en 1974, convivimos y con frecuencia conversábamos de sus experiencias como agente de tránsito y en su nueva vida de periodista
La última plática que sostuve con él fue el día que salió del hospital. Ya estaba en su casa y de repente gritó la urgencia de retirarse, causada por el padecimiento que lo hizo caer en el nosocomio.
Por la amistad que nos mantuvo unidos siempre, alimentada con la comunicación que sosteníamos por teléfono y por Messenger, con confianza y con dolor en el alma hoy le digo al «Chino» que siga ese camino que de todos es nuestro destino.
Dios les dé paz y consuelo a su familia y a todos los que lo quisieron.
«Chino», ve contento al encuentro con tu Creador. Él te hizo, te trajo, y hoy vino por ti. Él te espera con los brazos abiertos.
En vida me decía hermano y en nuestras charlas telefónicas me daba trato de consanguíneo.
DEP «mi hermano» Héctor Loom Juárez, el «Chino».
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